Trump prepara duros ataques

¡Es necesaria la resistencia de masas!

15/01/2017, Philip Locker y Tom Crean, Socialist Alternative (CIT en EEUU)

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales provocó una profunda conmoción entre decenas de millones de trabajadores progresistas, jóvenes, inmigrantes, mujeres, personas de color, musulmanes y el colectivo LGTBI en EEUU. La lista de objetivos de la administración Trump cada vez está más clara, agravada con el aumento desde las elecciones de los crímenes de odio, junto al miedo y la ira en muchas comunidades.


La naturaleza atolondrada e indisciplinada de Trump ha causado verdaderas divisiones entre la propia clase dominante, un sector importante teme que pueda perjudicar sus intereses nacional e internacionalmente. Esta división se pudo ver recientemente cuando la CIA anunció que el gobierno ruso estaba detrás del hackeo de los correos del Comité Nacional Demócrata, provocando la condena de importantes dirigentes republicanos.

Muchos están esperando a ver cómo se desarrollan los acontecimientos o tienen la esperanza de que Trump entre en razón y modere sus posiciones. Pero los planes de deportar a tres millones de personas, el objetivo de someter a los inmigrantes musulmanes a una “investigación exhaustiva”, la criminalización de la disidencia, el nombramiento de un Tribunal Supremo que revoque la sentencia Roe v. Wade (sobre el derecho al aborto) y acabar con los derechos sindicales en el sector público no son amenazas vacías.

Semanas después de las elecciones cientos de miles tomaron las calles de todo el país. Socialist Alternative convocó muchas de las protestas iniciales dominadas por la juventud. Ahora vemos cómo se preparan fuerzas mayores que convertirán las protestas del día de investidura de Trump en movilizaciones masivas, particularmente la Marcha de las Mujeres sobre Washington D.C. el 21 de enero. Junto con Socialist Students nos estamos centrando en la convocatoria de paros estudiantiles en todo el país acompañados de acciones de protesta en todo el mundo para que el día de la investidura, 20 de enero, se convierta en la mayor acción estudiantil coordinada desde la Guerra de Vietnam.

Sin mandato popular

La realidad es que la agenda racista y misógina de Trump no cuenta con el mandato popular. A pesar de ganar en el antidemocrático Colegio Electoral, Trump recibió sólo el 46% del voto popular, 2.9 millones de votos menos que Clinton.

La enorme polarización política y social de EEUU continúa. Sectores grandes de la sociedad en estos últimos años han girado a la izquierda. Este proceso se expresó en el movimiento Ocupa Wall Street, en la lucha por el salario mínimo de 15 dólares la hora, en Black Lives Matter, en el apoyo masivo al matrimonio homosexual y, más recientemente, en la lucha de los nativos contra el paso del oleoducto de Dakota.

Sin duda, la expresión más intensa de esta tendencia fue el apoyo a Bernie Sanders. Millones, especialmente jóvenes, apoyaron la defensa de Sanders de una revolución política contra la clase millonaria. Al final, la campaña del status quo que hizo Clinton no hizo un llamamiento a aquellos norteamericanos hostiles hacia la elite dominante y, a pesar del miedo a Trump, no consiguió movilizar suficientes votantes. El 54% de participación en las elecciones demuestra que decenas de millones de personas simplemente no sintieron la necesidad de elegir entre los dos candidatos más impopulares de la historia del país.

El resultado es que ahora la derecha controla la Casa Blanca y las dos cámaras. En 23 estados los republicanos tienen el control de las tres ramas del gobierno. La derecha tiene un poder institucional enorme y existe el peligro real de que una derecha dura eche raíces. Pero la fuerza potencial de la oposición a Trump es enorme, especialmente si se moviliza la fuerza social de la clase obrera. Se pueden derrotar los planes de Trump, para ello es necesaria la lucha social más profunda desde los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de los años sesenta y setenta.

Los nombramientos de Trump

A pesar de las palabras de Trump sobre que ya “comenzamos a curar nuestras divisiones” de la campaña, su agenda y sus nombramientos de miembros del gobierno y asesores de la Casa Blanca la convierten en la administración más reaccionaria por lo menos desde Ronald Reagan. 

Entre sus estrechos asesores están Steve Bannon de Breitbart News, que ha proporcionado cobertura a la extrema derecha “nacionalista blanca”, mientras que su asesor clave de seguridad es el general Michael Kelly, un chiflado que cree que el Islam es un “cáncer”. Para educación ha nombrado a un enemigo de la educación pública, para la Secretaría de Empleo a un ejecutivo de las empresas de comida rápida y que se opone a la subida del salario mínimo; para la Secretaría de Interior a un enemigo jurado de los controles de emisiones de carbono.

Trump anunció que “drenaría el pantano” de Washington para sacar a los arribistas y halcones corporativos y ahora nombra secretario del tesoro a un ejecutivo de Goldman Sachs. Aparte de monstruos de pantano ha elegido un gabinete de millonarios. El Daily Mail (16/12/16) decía que su gabinete ¡tendrá una riqueza neta superior a la que tiene en conjunto el tercio de las familias con menos ingresos! ¡Y éste era el tipo que iba a representar a los “hombres y mujeres olvidados” de la clase obrera!

Es necesario dejar muy claras las múltiples amenazas que para la clase trabajadora y las minorías representa la administración Trump.

Pretende cumplir rápidamente su promesa de deportar a tres millones de inmigrantes. Si lo consigue, Trump logrará en meses lo que costó ocho años a la administración Obama, que ha deportado a 2.7 millones de personas. Ha puesto un foco especial sobre los inmigrantes musulmanes justificándolo con la “lucha contra el ISIS”, dedicando una “vigilancia extrema” a todas aquellas personas procedentes de una lista de países “musulmanes”.

Trump nombrará jueces de derechas para el Tribunal Supremo que le permitirán anular la sentencia Roe v. Wade y durante cuatro años cualquier otra sentencia que no sea de su agrado. Esta situación se produce después de años de incansables ataques a los derechos reproductivos de las mujeres por parte de las cámaras legislativas sureñas dominadas por los republicanos, y ahora se extiende al Medio Oeste.

Los sindicatos y los derechos sindicales estarán también en el punto de mira, especialmente en el sector público. El equipo de Trump tiene de modelo la campaña de Scott Walker, el gobernador de Wisconsin, para conseguir desmantelar los sindicatos del sector público. Pero el objetivo más inmediato de la administración probablemente sean los sindicatos que representan a los empleados federales y los derechos y beneficios de estos trabajadores. Considera que los empleados federales son un “objetivo suave” que no generará mucha simpatía en el resto de la población. Si consiguen su objetivo servirá para lanzar una campaña anti sindical más amplia.

Trump quiere acabar con toda la protección medioambiental con la excusa de “volver a traer puestos de trabajo” en el sector energético. En la práctica será un gigantesco regalo para las petroleras más grandes del mundo. A pesar de su campaña retórica sobre el regreso de los empleos, la realidad es que la industria del carbón colapsó debido a factores de mercado, en especial el precio extremadamente bajo del petróleo y el gas natural, no fue a causa de un exceso de regulación. Por supuesto, intentará revertir la victoria conseguida contra el acceso del oleoducto de Dakota.

Está a favor de acabar con el Obamacare, dejando a millones de personas sin seguro médico, especialmente si los republicanos consiguen reducir el alcance del Medicaid (programa sanitario para las personas necesitadas) y si privatizan el Medicare (programa de salud para los mayores de 65 años). Debemos oponernos a todos estos ataques al mismo tiempo que defendemos un sistema sanitario de pagador único - es decir, en el que todos los pagos los realiza el estado.

Trump sabe que se enfrentará a una oposición de masas y pretende criminalizar la disidencia. Es una de las razones que hay detrás de su amenazante discurso sobre la ofensiva de la “ley y el orden”. Específicamente va detrás del movimiento Blacks Live Matter. El anterior alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, un aliado clave de Trump, ha descrito este movimiento como “inherentemente racista” y “anti-norteamericano”.

Pero además de esta agenda reaccionaria quiere poner en práctica algunas medidas populistas como el aumento del gasto en infraestructura o el permiso parental pagado. Quiere paralizar también la negociación de nuevos acuerdos comerciales dentro del giro proteccionista que quiere dar a la política económica norteamericana. Esto significa que el Acuerdo Trans-Pacífico, que representaba una seria amenaza para los derechos de los trabajadores y el medioambiente, es un papel mojado. Un sector de la clase obrera y de la clase media tiene expectativas reales que se basan en las promesas de Trump de recuperar la manufactura y los buenos empleos. Pero se desencantarán, aunque quizás no sea de manera inmediata.

Las lecciones del pasado

Las apuestas están muy altas. Trump intentará infligir derrotas severas y desmoralizantes eliminando los objetivos de uno en uno. Todos los sectores de la sociedad están en el punto de mira de Trump y, por tanto, desde el principio deben unir sus fuerzas.

La vieja consigna del movimiento obrero, “una ofensa a uno es una ofensa a todos” nunca fue tan adecuada. El movimiento obrero tiene que jugar un papel clave en esta situación. A pesar de su larga retirada, los sindicatos aún representan a 16 millones de trabajadores y mantienen su fuerza en sector industriales fundamentales, especialmente en el sector público y en ciudades clave que serán cruciales en la resistencia contra Trump.

El poder social de la clase trabajadora unida en la construcción de un movimiento de masas se debe contraponer al poder institucional de la derecha. Las protestas de masas en la investidura son un primer paso fundamental. Debemos sacar lecciones críticas de batallas anteriores contra la derecha para preparar la situación posterior al 20 de enero.

En 1981 el sindicato de controladores de tráfico aéreo, PATCO, convocó una huelga para conseguir mejores condiciones laborales. El presidente Ronald Reagan convirtió este conflicto en un enfrentamiento frontal contra el conjunto del movimiento obrero despidiendo a todos los miembros del PATCO, ¡a pesar de que este sindicato había apoyado su candidatura en las elecciones de 1980!

Entre el movimiento obrero la disposición a la lucha era muy fuerte. El Día del Trabajo de 1981 marcharon sobre Washington 250.000 trabajadores, con los del PATCO a la cabeza. Pero la dirección sindical de manera criminal se negó a extender la huelga y el PATCO fue aplastado, colocando el movimiento obrero a la defensiva. Lo que se recuerda es la derrota, pero es igualmente importante entender que se podía haber derrotado a Reagan. Una victoria del PATCO habría cambiado la dinámica e impulsado el desarrollo de un movimiento de masas para derrotar la agenda neoliberal de Reagan.

En 2006, el senado dominado por los republicanos aprobó la Ley Sensebrenner, que amenazaba con deportaciones de masas a todos los trabajadores indocumentados de EEUU y los criminalizaba. Este fue el detonante de las manifestaciones más grandes en la historia de EEUU, incluido el “día sin inmigrantes” del 1º de Mayo, que tuvo elementos de una huelga general de los trabajadores inmigrantes latinos. El movimiento consiguió echar atrás la ley y también durante un tiempo hizo retroceder las actitudes antiinmigrantes. Aunque muchos simpatizaron con los millones de inmigrantes que exigían derechos de ciudadanía y “derechos iguales para todos los trabajadores”, la clase obrera nativa en gran medida se mantuvo al margen. Esto permitió a la administración Bush finalmente reprimir salvajemente el movimiento, especialmente a aquellos trabajadores inmigrantes que se movilizaban activamente para sindicalizarse.

En 2011, el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, y la cámara legislativa controlada por los republicanos aprobaron recortes salvajes en educación y también mutilar a los sindicatos del sector público restringiendo su derecho a la negociación colectiva y sobre cuestiones salariales. Se trataba del ataque frontal más serio contra el movimiento obrero desde la huelga del PATCO. A principios de 2011 decenas de miles se manifestaban cada semana en Madison, la capital del estado, y ocuparon el edificio del congreso del estado durante semanas.

Golpear a Walker requería escalar el movimiento. Socialist Alternative defendió la necesidad de convocar una huelga general de 24 horas del sector público como un primer paso en esa dirección. La respuesta a esta idea entre los trabajadores era enormemente positiva, pero la dirección nacional del AFL-CIO, como en 1981, puso el freno. En lugar de acelerar dio marcha atrás para iniciar una campaña por la revocación de Walker y conseguir la elección de un gobernador demócrata. Esta estrategia fracasó y Walker aún está en el cargo.

Como en 1981, 2006 y 2011, se puede derrotar a la derecha pero sólo con una estrategia efectiva y una dirección completamente decidida.

Se puede derrotar a la derecha

Hay varios factores que pueden ayudar al movimiento contra Trump. En primer lugar, la ideología derechista es más débil en la sociedad hoy que en los años ochenta cuando el neoliberalismo tenía una base social real de apoyo, incluidos sectores dentro de la clase obrera y clases medias. La extrema derecha está envalentonada por la victoria de Trump, pero su base social aún es muy débil.

Como hemos señalado antes, la clase dominante, en general, está profundamente disgustada con el ascenso al poder de Trump. Lo ven como un elemento potencialmente muy perjudicial para sus intereses domésticos y globales. Es verdad que Wall Street está entusiasmado con sus propuestas de reducir impuestos a los super ricos y eliminar la regulación financiera. Pero existe una posibilidad real de recesión interna y global en el próximo período que arrastraría a la administración Trump hacia una crisis profunda.

Con o sin recesión, sectores de la clase dominante podrían comenzar a ejercer una verdadera presión contra Trump, especialmente si se excede y provoca una resistencia de masas seria. Recurrirían a la presión en interés del sistema y precisamente para cortar el movimiento de masas desde abajo. En este contexto es significativo que varios alcaldes demócratas de ciudades importantes hayan prometido resistir los intentos de prohibir “ciudades santuarios” para los inmigrantes, a pesar de las amenazas de Trump de cortar la financiación federal. El gobernador de Nueva York, Cuomo, un aliado de confianza de Wall Street, ha llegado a decir que él, como "nieto de inmigrantes”, sería el primer deportado.

Pero ¿dónde estaba Cuomo cuando la administración Obama alcanzaba un récord en el número de deportaciones? No podemos confiar en los Demócratas cuya política contra la clase trabajadora ha arrojado a muchos a los brazos de la derecha. En su lugar, el movimiento de masas contra Trump se debe centrar en el poder social de la clase obrera movilizado para luchar por sus propios intereses independientes de clase.

La unidad de la clase obrera contra la derecha

Los medios de comunicación liberales han escrito mucho últimamente sobre la “clase obrera blanca”, vilipendiándola como una masa reaccionaria que sigue a Trump o intentando “comprender” sus preocupaciones. Rechazamos enérgicamente la idea de que el apoyo a Trump está simplemente motivado por el racismo y el sexismo, aunque es un factor real para un sector de sus seguidores. Hemos señalado reiteradamente que Trump, a través de su llamamiento populista de derechas y nacionalista, ha aprovechado la ira provocada por los efectos del neoliberalismo y la globalización, especialmente por la masiva pérdida de empleos manufactureros. Esto en parte fue el resultado de acuerdos comerciales como el NAFTA. Según el Economic Policy Institute, entre 2000 y 2014 en EEUU se han perdido cinco millones de empleos manufactureros.

Pero no estamos ciegos al hecho de que el racismo abierto, la xenofobia y la misoginia de Trump han conectado con un sector de sus seguidores. No es la primera vez en la historia que los fracasos acumulados de la izquierda y de la dirección obrera han abierto la puerta a ideas derechistas peligrosas. Esta situación se puede revertir con un movimiento de masas decidido que hable directamente de los intereses comunes a todos los sectores de la clase obrera y se oponga con firmeza al racismo y el sexismo.

La realidad es que el establishment del Partido Demócrata ha perdido la capacidad de ni siquiera pretender hablar de los intereses de la clase trabajadora, ya sea blanca, negra o latina. Lo destacable de estas elecciones no fue sólo el giro limitado, aunque con frecuencia exagerado, de los trabajadores blancos hacia los republicanos, sino la falta de entusiasmo entre los jóvenes trabajadores negros con los Demócratas e, increíblemente, el casi un 30% de voto a Trump entre los latinos.

Mientras algunos intentan catalogar a los seguidores de Trump como una masa reaccionaria, está claro que si somos serios en la construcción de un movimiento que quiere derrotar a la derecha, será necesario articular un programa que hable de las necesidades generales de la clase trabajadora y, a través de la lucha por ese programa, ganar a sectores de la base de Trump. ¿Se puede conseguir? Las encuestas de Sanders frente a Trump, significativamente más elevadas que las de Clinton, la enorme respuesta que recibió su programa para la clase trabajadora son una prueba de ello.

Otro sector de la base social de Trump no será alcanzable, Pero es posible aislar y derrotar a las fuerzas organizadas de la derecha, incluida la “extrema derecha” que, aunque envalentonada, en este momento es pequeña y en general ineficaz.

Enormes desafíos en el horizonte

La enorme determinación para luchar ya se ha visto en cientos de miles de jóvenes, mujeres, gente color y comunidad LGTBI, demuestra el potencial para crear el movimiento de masas más grande de la historia de EEUU que puede infligir un golpe decisivo a la derecha.

Para ganar necesitamos comprender con claridad las tareas y quiénes son nuestros amigos y enemigos. Necesitamos una estrategia clara basada en el poder social de la clase trabajadora. Puede que algunos se desesperen dada la dirección conservadora de los sindicatos. Pero también hay signos reales de vida, la huelga de Verizon a principios del año pasado, que fue la huelga más grande en casi veinte años.

En última instancia, el ascenso de Trump es un reflejo de la profunda y creciente crisis del sistema capitalista, cuyas instituciones en el último período histórico se han desacreditado profundamente e incluso más durante este ciclo electoral. El propio Trump, aunque disguste a muchos de la elite, en realidad es la encarnación perfecta de la naturaleza totalmente corrupta y depredadora de este orden social.

La clase dominante está dividida, insegura ante cómo responder. El colapso económico de 2008 y 2009 hizo que millones perdieran sus empleos y viviendas mientras los ricos se enriquecían. Junto con la catástrofe climática, la visible y aguda injusticia racial ha llevado a que millones de personas se cuestionen en serio el sistema.

La presidencia de Trump profundizará la radicalización de sectores de la sociedad. Las encuestas indican un apoyo creciente al socialismo, especialmente entre los jóvenes. Socialist Alternative está trabajando para formar un nuevo partido socialista, basado en una política marxista. El movimiento que estamos construyendo necesitará una fuerza socialista y anticapitalsita clara que defienda una lucha centrada en la clase obrera contra Trump y todo un sistema que ha superado completamente su utilidad.